E BooK Trailer El Juicio de Dios
— Sí, lo somos, pero por favor, no podemos ésta
noche. Hemos quedado con unos amigos más
tarde - mintió Vergara.
— ¡Qué
pena!, sois tan guapos… - dijo la más alta, mientras acariciaba la cara de
Levine -. Al menos dejadnos daros un
beso de despedida. Nunca hemos besado a
unos hijos del gran Bush.
A Vergara no le quedó tan claro, si aquello era un
halago.
— ¡Claro! -
dijo Levine, animado.
La muchacha se acercó a darle un beso a
Levine.
Cuando sus labios rozaban la comisura de sus
labios, una voz ronca, se escuchó a sus espaldas.
— ¿Qué es lo
que pasa aquí?
Las palabras las había pronunciado un hombre
enorme, que los miraba con ojos furiosos. - Más de 1,80 calculó Vergara -
perfectamente trajeado, y con unas enormes espaldas de gorila, fruto de muchas
horas de gimnasio, que parecían iban a reventar la chaqueta.
— Nada, amigo, que te importe - Le contestó Levine
con una frialdad, que hizo que su amigo y compañero, lo mirara con asombro.
— Es mi
chica, y la estáis molestando.
— Te equivocas - dijo Levine previsor, ante el tono
agresivo de aquel mastodonte, levantando las palmas de sus manos -. No estamos
molestando a nadie.
El hombre hizo un gesto, y dos hombres que se
encontraban detrás de Vergara, se introdujeron en la escena.
A los dos amigos, aquello no les gustó. Intuían que no era casual, lo que estaba sucediendo.
— Sois unos asquerosos hijos de puta - dijo uno de
los recién incorporados, arrastrando las palabras.
— Si tú lo dices… - comentó magnánimo Levine,
sonriéndole.
Los dos amigos estaban de pie, con la espalda
pegada al mostrador, y frente a los tres hombres.
Las chicas, misteriosamente, habían desaparecido.
— Y además - soltó el otro, un hombre de unos
treinta años, atractivo, muy arreglado, y de cabello moreno y engominado hacia
atrás -, unos cabrones extranjeros que se creen los amos donde van, y con
derecho a molestar a nuestras mujeres.
Aquello se estaba poniendo complicado. Los dos amigos se miraron. Aquello olía a pelea. Para qué esperar.
Levine lanzó un puñetazo a la barbilla del
gigantón, que sorprendido, cayó contra las mesas que se encontraban detrás de
él.
Los clientes se levantaron, haciendo corro
alrededor de los contendientes.
Vergara hizo lo propio que su compañero, pegando en
plenas narices al de la gomina, al tiempo que lanzaba, girando su cuerpo, una
patada contra el otro tipo, directa al mentón.
Los tres hombres, enfurecidos, se lanzaron contra los
abogados.
Estos, esquivaron la acometida, empujando a sus
agresores contra el mostrador.
El más grande, cogió a Vergara por la espalda,
intentando machacarlo entre sus potentes brazos. Éste lanzó sus piernas hacia lo alto,
cogiendo por el cuello nuevamente al de la gomina, que venía a pegarle en el
estómago. Al caer hacia abajo, arrastró
al enorme individuo que lo sujetaba, volviéndose, y descargando un puñetazo en su cara, con las
dos manos.
— ¡¡Joder!! -
exclamó sacudiendo las manos, por el daño que se había hecho al pegarle.
Fue a socorrer a Levine, que se encontraba en el
suelo, peleando con el guaperas.
Una patrulla de la policía paró frente al local,
bajando del vehículo cuatro policías que recorrieron rápidamente, haciendo
sonar sus silbatos, el espacio que les separaba, desde la entrada del local,
hasta el lugar donde se estaba produciendo la pelea.
Los clientes que aún quedaban en el local, contemplaban
con un cierto temor la escena, pero sin moverse para no perderse nada.
Los policías, empujaron hacia el mostrador a los cinco
hombres, con las piernas muy abiertas, y les cachearon por si portaban
armas. Ninguno llevaba.
El grandullón, que se encontraba junto a Levine, le
dijo mirándolo fríamente, y en voz baja;
— Esto ha sido un aviso. Marchaos de la ciudad…. o
nos volveremos a ver.
Un coche celular, paró frente a la puerta del
establecimiento. Dos policías abrieron
la puerta trasera, e indicaron a los tres individuos que habían atacado a los
abogados, que subieran.
El hombre más corpulento, miró a ambos, cuando pasó
junto a ellos para subir al furgón.
— ¡Fuera de
Italia! - les dijo, fijando su mirada en Levine, y entrando a continuación en
el vehículo.
El del cabello engominado, los miró con cara de
desprecio, y escupiendo en el suelo, subió también al furgón policial.
Los dos amigos se miraron. Algo estaba sucediendo,
y no sabían el qué.
Uno de los policías se acercó a ellos.
— Tengan, su
documentación. El camarero nos ha
contado como ha sucedido. Vuelvan a su
hotel.
— Muchas
gracias - contestaron casi al unísono.
— Italia es acogedora - dijo uno de los policías,
saludando militarmente. Esto es un
incidente sin importancia.
— ¿Un incidente sin importancia, y casi nos matan? -
exclamó en voz alta, Vergara.
Su compañero le dio un codazo, mientras sonreía al
agente con cara de no haber roto un plato.
— Buenas noches, señores - se despidieron los
policías de la patrulla, mientras subían al furgón que ya arrancaba, dirección
a la comisaría.
— Buenas noches, agentes. Y gracias otra vez - respondió Levine,
acompañando sus palabras con un ligero gesto de su mano.
Los dos hombres se miraron. Estaban en...